Aristóteles: el justo medio y la prudencia (Phronesis)
Por Phronimos, Centro de Formación de Ética y Ciudadanía de la Universidad del Rosario para Éticapsicologica.org Septiembre de 2018
La ética de la virtud tiene sus raíces en los planteamientos aristotélicos y se enfoca en el carácter moral del agente; las decisiones, acciones e intenciones del sujeto evidencian un conjunto de cualidades o virtudes que le son propias. Desde la pregunta por la vida buena y la felicidad el autor explora la manera en que un individuo podría alcanzarlas, planteando como elemento clave lograrlo el desarrollo de la prudencia por parte de cada quién.
Aristóteles: el justo medio y la prudencia (Phronesis)
Por Phronimos, Centro de Formación de Ética y Ciudadanía de la Universidad del Rosario para Éticapsicologica.org Septiembre de 2018
La ética de la virtud tiene sus raíces en los planteamientos aristotélicos y se enfoca en el carácter moral del agente; las decisiones, acciones e intenciones del sujeto evidencian un conjunto de cualidades o virtudes que le son propias. Desde la pregunta por la vida buena y la felicidad el autor explora la manera en que un individuo podría alcanzarlas, planteando como elemento clave lograrlo el desarrollo de la prudencia por parte de cada quién.
La ética de la virtud en Psicología
La vida buena
La pregunta por la vida buena no se puede resolver pensando los agentes de manera aislada. Antes bien, ha de abordarse teniendo como trasfondo los múltiples tipos de interacción que se dan al interior de las comunidades políticas. En tanto que, en las sociedades contemporáneas, liberales y democráticas, hemos asumido un fuerte compromiso con el pluralismo, a fin de evitar los peligros de las visiones homogenizantes y totalitarias en la construcción de nación y mundo, la pregunta por lo que constituye una buena vida, se transforma en el interrogante por cómo vivir bien al interior de sociedades donde somos diferentes. En otras palabras, cómo vivir juntos a pesar de pensar y ser diferentes sin que ello implique, para ninguna de las partes, convertirse en el enemigo o la imposibilidad de llevar una vida digna. Se trata de la pregunta propia de lo político y el interrogante fundamental de la justicia.
Este problema ha sido abordado por diferentes autores desde múltiples perspectivas; no obstante, la mayoría de ellos coincide en que la justicia y la vida buena solo son posibles a través de un enfoque dual en el que se desarrolle un compromiso, por un lado, de parte de las instituciones respecto de las reglas con que funcionan y el tipo de prácticas que generan y, por otro lado, de los agentes respecto del modo en que actúan y deliberan. Es respecto de este último punto, aunque no de forma aislada del primero, que el concepto de phronesis en Aristóteles y su correlato en el sujeto que se compromete con ella, el phronimos, se vuelve fundamental para comprender qué es y cómo aspirar a una buena vida que, además, dé cuenta de las demandas de justicia propias de las comunidades políticas contemporáneas. Para el caso particular de los psicólogos, esta pregunta transforma en una serie de interrogantes como cuáles son los deberes que ha de cumplir y los derechos que poseen tanto él como sus usuarios, qué significa ser prudente en el ámbito del ejercicio psicológico o cómo lidiar con las diferentes visiones sobre la vida buena desde la profesión.
El justo medio
Phronimos es un concepto que ha venido transformándose desde la antigüedad a la luz de las apropiaciones de distintos autores. Sin embargo, es en la reflexión moral adelantada por Aristóteles, en particular en su conocida Ética a Nicómaco, donde se cristalizan diferentes preocupaciones y reflexiones que son las que quisiéramos traer a colación por su relevancia para los retos contemporáneos propios de las diferentes profesiones. Para el filósofo no existen recetas que nos puedan decir cómo vivir bien y alcanzar la felicidad, no hay modo de determinar de antemano lo que hay que hacer en cada caso para tomar las mejores decisiones, no es posible que un método lo garantice. Lo que no significa, sin embargo, que no se puedan dar importantes indicaciones. Para Aristóteles la vida buena, la justicia y la felicidad están ligadas al hecho de que vivamos como personas virtuosas; lo que no significa actuar de un modo particular que se pueda sintetizar en máximas de vida sino saber hallar, en cada circunstancia, lo que constituye el justo medio de las cosas a partir de la consideración crítica de las circunstancias, los medios y los fines. Hablamos, entonces, de una capacidad reflexiva y deliberativa para poder distinguir entre lo bueno y lo malo y actuar, en cada caso, en conformidad con una justa consideración.
Aristóteles, en consonancia con esa sabiduría popular que afirma que todo en exceso es malo, señala que las cosas y los hombres se malogran por exceso y por defecto y que, en ese sentido, es necesario evaluar cada circunstancia de forma particular para tomar la correcta decisión. Sin embargo, hay cosas que no admiten un justo medio; tal es el caso, por ejemplo, del robo, el daño al prójimo o el asesinato que, para Aristóteles, por principio están mal. Se puede decir que todas aquellas cosas que generan sufrimiento, que niegan el reconocimiento, o bien que no son ejercicios de cuidado sino de dominación, no admiten un punto intermedio, sino que, por principio, deben ser rechazadas tanto en nuestra vida primada, como en nuestro ejercicio ciudadano, así como en la práctica de nuestras profesiones.
Prudencia y deliberación
¿Cómo realizar ejercicios de autocuidado, cuidado y reconocimiento del otro que promuevan la buena vida de todos y las justas relaciones en la comunidad política, en las instituciones y en la vida privada? Si no es posible determinar de antemano cuáles son las acciones y prácticas que responden a estas pretensiones, no tenemos otra opción que realizar ejercicios deliberativos y reflexivos que sean altamente prudentes y que persigan la acción en conformidad con principios y valores que apunten a la justicia. Aristóteles señala que la virtud es un hábito que, poco a poco, va formando el carácter. En ese sentido, se trata de un ejercicio continuo para comprender las diferencias entre el bien y el mal, mientras se enriquece nuestra experiencia y se actúa en conformidad con ello.
Es en este punto donde la phronesis como virtud se convierte en asunto fundamental. Se trata de aquella práctica que los latinos tradujeron como prudencia y que para Aristóteles es el corazón de la vida virtuosa. La prudencia nos señala que no es posible hacer lo mismo en todos los casos y que, incluso en casos similares, siempre existirán variables que nos harán reconsiderar nuestras decisiones. Por ello, a lo que apunta esta virtud que afecta a las otras (valentía, generosidad, modestia, etc.), es al desarrollo de un ejercicio de ponderación en la búsqueda del justo medio. Pero no es posible hacer lo correcto simplemente realizando un ejercicio de prudencia, pues ésta debe estar enfocada hacia la rectitud, es decir, apuntar a otros valores que son su real marco de juego. La prudencia solo tiene sentido mientras no sea tan solo una virtud intelectual, sino también una virtud moral que ayude a perseguir la realización de ciertos ideales normativos que permitan el desarrollo de una vida buena en todas sus dimensiones.
Para los psicólogos esto es un deber, no solo por el desarrollo de altos estándares profesionales sino, ante todo, porque la psicología es una disciplina con alto impacto social. Un profesional imprudente que no apueste por acciones orientadas en el marco de la ética y que no realice un verdadero ejercicio de responsabilidad no solo es alguien que pone en cuestión la calidad de la disciplina, sino en riesgo la vida de los otros. Cuando las decisiones son tales que pueden modificar el curso de una vida, las precauciones deben ser muy altas, para lo cual es fundamental fortalecer la capacidad de juicio, reconocer las limitaciones y fortalecer todo el tiempo el conocimiento y experticia; en otras palabras, ser prudentes.
Es importante señalar que no se nace prudente, pero tampoco que la imprudencia es algo natural. Las virtudes son susceptibles de aprenderse y de ejercitarse, así mismo de perderse; es más, solo se puede decir que se las posee como consecuencia de un hábito. La prudencia es un ejercicio que debe realizarse todos los días y para el cual es necesario comprender que no hay prácticas con valor absoluto: la clave de la prudencia está en la continua evaluación de las situaciones y los discursos, en la previsión de las consecuencias, y en la búsqueda de los mejores métodos y medios para la consecución de fines particulares que, en cada caso, son el cuidado y el reconocimiento de nosotros mismos y del otro. Es importante señalar que la prudencia no conduce al relativismo porque, si bien señala que no hay decisiones absolutas, sí menciona que hay principios generales que la guían. El punto está en entender, más bien, que la existencia de tales principios no implica la existencia de reglas postuladas para su aplicación. Para el caso particular de los psicólogos, los principios que deberían guiar sus acciones como profesionales en marcos de extrema prudencia son, precisamente, la justicia, la no maleficencia, la beneficencia y la autonomía.
La prudencia consiste en evaluar la mejor manera de adecuar principios a circunstancias, estando en conformidad con los ideales normativos de las acciones. Para quien toma la decisión se trata, a su vez, de la conciencia sobre la falibilidad: ser prudente tiene que ver con tener presente la posibilidad del error, para imponernos la sana costumbre de juzgar con cierta dosis de duda, que no es la de la ignorancia, sino la de la conciencia sobre los propios límites. Ser prudente tiene que ver, en muchos sentidos, con pensar que se puede estar equivocado, con no creer ciegamente en lo que se dice y estar dispuesto a considerar opiniones divergentes. En términos generales se puede decir que una decisión prudente es la que tiene en cuenta las circunstancias, no instrumentaliza al otro, evalúa medios y fines, prevé las consecuencias y tiene en mente los valores que pretende defender.
Hacer lo correcto
La prudencia es una virtud que nos ayuda a discernir más allá de las pasiones, pero, sin olvidar que los sentimientos morales también juegan un rol protagónico en la acción ética; en esa medida, constituye un freno a los impulsos nocivos y un empoderamiento de la razón que es consiente, adicionalmente, de la necesidad de desarrollar sentimientos morales adecuados para la persecución del bien y la justicia, así como del rechazo al mal y las prácticas que generan sufrimiento.
En tanto que hábito, la phronesis se ve favorecida por la madurez, la experiencia, la posibilidad de adaptación, la disciplina, la discreción, la conciencia de que lo correcto es cuestión de matices y la capacidad para la evaluación y construcción de argumentos. De igual manera, un valor adicional de esta consiste en que ayuda a evitar la precipitación en la toma de decisiones, lo cual constituye una irresponsabilidad, una falta de cuidado y reconocimiento respecto de aquellos que son afectados por nuestras resoluciones. Quien asume todas estas perspectivas y se compromete con la phronesis en la búsqueda de la justicia y la buena vida a nivel personal y a nivel político para todos los miembros de la comunidad, es aquel que puede ser llamado un Phronimos.
Bibliografía de consulta
- Aristóteles (2011). Ética a Nicómaco. Madrid: Alianza editorial. Libros: I, II, VI
- Sandel, Michael (2015). ¿Qué se merece cada cual? Aristóteles en Justicia. Barcelona: Debate.
- Berrío, G. & Rubiano, C. (2017). Responsabilidad, deliberación, prudencia. Consideraciones para el ejercicio de la psicología. Bogotá: Colpsic. Disponible en: https://issuu.com/colpsic/docs/responsabilidad_profesional__pruden/1?e=18058890/36506100