Al afrontar situaciones en las que tiene sentido preguntarse si, de las diferentes acciones posibles, hay una que sea preferible debido a que ella es buena, nos estamos encontrando con circunstancias en las que la moralidad tiene influencia directa. De acuerdo con el diccionario de la RAE lo moral es lo “perteneciente o relativo a las acciones de las personas, desde el punto de vista de su obrar en relación con el bien o el mal y en función de su vida individual y, sobre todo, colectiva” , por lo que el aspecto moral surge en la cotidianidad al momento de decidir actuar de una determinada manera justificados en que esta sería buena. Estas decisiones son muy importantes en nuestra vida diaria, guían en gran medida la forma en que nos relacionamos con los demás, nos constituyen como individuos y pueden incluso llegar a tener consecuencias legales.
Dicha importancia en la vida de las personas la ha convertido en un campo de estudio de diversas disciplinas. En el presente artículo se buscará evidenciar como el estudio filosófico de la moral, tradicionalmente presentado desde las teorías éticas, se relaciona, diferencia y complementa con el trabajo en psicología moral.
Para Bandura, la agencia moral se manifiesta en el desarrollo de acciones humanitarias, así como en la resistencia ante actos de carácter inhumanitario. En ese sentido, el fenómeno de la desconexión moral se entiende como un empobrecimiento de la agencia moral que se expresa en la falta de remordimiento ante el daño realizado, o bien en la frialdad e indiferencia ante el daño y el sufrimiento provocado por otros. La desconexión moral no es, sin embargo, un proceso gratuito, sino que es el resultado de múltiples creencias y prácticas en las que juega un papel fundamental la interacción social y los estándares morales de la comunidad o el grupo al que se pertenece. Según el autor, existen diferentes mecanismos de desconexión moral como la difusión o desplazamiento de la responsabilidad, minimizar los efectos injuriosos de las propias acciones, deshumanizar a la víctima, entre otros. No obstante, lo que todos estos tienen en común, bien sea que tengan lugar en términos individuales o colectivos, es que constituyen mecanismos justificadores que frenan el papel de la auto-regulación o la auto-sanción.