Por Phronimos, Centro de Formación de Ética y Ciudadanía de la Universidad del Rosario para Éticapsicologica.org Septiembre de 2018
El utilitarismo, al colocar el análisis de las acciones y sus consecuencias en el centro de la discusión filosófica, introduce un cambio fundamental en la historia de la ética. Dicha transición descansa en la idea según la cual, la moralidad de nuestras acciones debe ser juzgada en virtud de sus consecuencias. En esa línea, de acuerdo con la tradición utilitarista, no existen acciones intrínsecamente malas que están sujetas a prohibiciones desde el punto de vista ético; al contrario, todas las acciones, por más polémicas y contrarias al sentido común y la cultura de cada contexto, deben ser analizadas en virtud de las consecuencias que pueden arrojar. No se trata, entonces, de examinar la racionalidad de las máximas que deben gobernar nuestro comportamiento, ni tampoco de analizar la trayectoria de nuestras acciones para determinar la moralidad de un acto, sino de identificar, a la luz del principio de utilidad, qué tipo de consecuencias están en capacidad de garantizar la mayor felicidad para el mayor número.
El análisis de la utilidad en el ámbito de las relaciones humanas no representa en sí mismo una novedad. En esa línea, el cambio introducido por el utilitarismo reposa más bien en la articulación de un principio racional a la luz del cual los agentes deben examinar las consecuencias de los actos y/o de los posibles cursos de acción de los que dispone un agente en una determinada situación y, a partir de ese análisis, juzgar qué situación es mejor desde el punto de vista moral. Esta máxima, el principio de utilidad, es una figura transversal a todas las versiones del utilitarismo, y se encuentra íntimamente relacionada con la capacidad de escoger el camino que pueda generar el mayor bienestar para el mayor número de involucrados. Esta es la base del utilitarismo.